En el albor de la humanidad, la voz fue el principal medio de comunicación. Los sonidos que aquellos primeros humanos comenzaron a transmitir se convirtieron pronto en un lazo que unía todo: el canto de los pájaros, los sonidos naturales, las tormentas y el viento. Era un armonioso tejido de palabras intangibles, de ideas, que se ejecutaba como un hermoso concierto multitudinario. Después de observar el entorno y entender que cada habitante de su mundo se movía y crecía junto con las hierbas, los árboles y los sonidos cambiaban, el cuerpo acompañaba la danza, el canto y una palabra aún imperceptible, entrelazada a la naturaleza.
Luego, imaginé que un ser humano quiso contar algo a otro, o leer las huellas de los animales, las direcciones en la selva, el camino de ida y vuelta. Todo transcurría tal vez en el mismo momento.
Los mapas que sus mentes creaban al decir, intangibles, necesitaron un soporte y dibujaron esas mismas líneas que trazaban con el viento. Le dieron ritmo, timbre e intensidad. Las líneas se simplificaron, nacieron los pictogramas, que luego evolucionaron a jeroglíficos, glifos y alfabetos. La escritura tomó su lugar y, de manera más ordenada, las letras se convirtieron en palabras, frases, poemas, cantos, mantras y textos elaborados que sirvieron para preservar los hechos, contar historias, expresar emociones y crear una variedad de información más compleja, uniendo a las personas con la misma herencia o ancestralidad cultural.
Pero en un punto, parece que hubo una ruptura entre ese humano y el contacto extraordinario con su ambiente natural. Con el tiempo, la escritura se reservó para unos pocos, mientras que otros aún utilizaban símbolos ancestrales, aquellos enviados desde el más allá por sus abuelos, quienes conservaron las tradiciones y su “lore”. La escritura adquirió otro significado. Todos sabemos que el poder de elaborar un pensamiento y trasladarlo al símbolo implica abstraer y dar forma a una idea. Con ello, se desarrollan procesos cognitivos complejos y se adquieren nuevas habilidades y conocimientos.
Estas personas que persistieron en un uso diferente de los alfabetos no siguieron las reglas gramaticales que posteriormente aparecieron, ni los convenios de escritura. Mantuvieron la cualidad de las letras de poder encontrarse y ser de manera individual pero también colectiva, enlazando lo que siempre consideraron debía estar unido: la experiencia espiritual. Cada letra poseía un don, una energía particular que la diferenciaba de otras. Así, se dieron cuenta de que la información viajaba por la mente en un instante, que era mucho más rápido pensar al ver un símbolo complejo que representara una frase, que decir esa misma frase en palabras.
Sentí curiosidad por estos alfabetos y, al conocer que las frecuencias producen movimientos y diseños perfectos y geométricos, observables de diversas formas en las estructuras de la naturaleza, no tuve dudas de que había algo en común.
¿Podrían los alfabetos ser el resultado de registros de movimientos ondulatorios, vibraciones y patrones de interferencia? ¿Serían producto de los movimientos de la consciencia cósmica, del campo unificado o de la Fuente Creadora? Las letras estarían en un estado intermedio entre el reino material y el reino espiritual en el Éter, el espacio donde la Fuente crea, por así decirlo.
Cada frecuencia crearía un diseño específico que, a su vez, respondería a una energía capaz de manifestar un efecto específico en el reino material. Si esto fuera así, ¿cómo se transformaron estos diseños en alfabetos?
Mi idea es que los primeros en percibir estos patrones en el Éter, es decir, en el medio en el que se encuentran las consciencias y la memoria holográfica, el medio en el cual la Fuente se expresa a sí misma, probablemente fueron los chamanes y las mujeres sabias. Manteniendo un contacto íntegro con la naturaleza a través de prácticas de conciencia ampliada y técnicas transmitidas por sus ancestros y su cultura a lo largo de los siglos, lograron vislumbrar ese otro lado y describirlo. Así, desentrañaron estos patrones en su mente, los comprendieron y pudieron acceder directamente a esas energías.